La cultura popular, en gran medida, tiene un carácter reivindicativo y subversivo. Es emancipatoria por definición, pero la apropiación de su contenido por parte de las fuerzas hegemónicas la hace dependiente en mayor o menor medida. También en mayor o menor medida, sirve a los intereses económicos dominantes.
John Fiske, en Reading the popular, define la cultura popular como algo relacionado con la tensión de «los de abajo». Los teóricos de la cultura de masas sostenían que la cultura popular es impuesta desde arriba, pero Fiske sostiene que ésta se elabora desde abajo y siempre contiene algún elemento que se opone a las fuerzas hegemónicas. No obstante, también resalta la paradoja de su surgimiento de los intereses de los subordinados y su servidumbre a los intereses económicos de los dominantes. Es una especie de dualidad entre las formas de dominación y de resistencia.
Un ejemplo claro dentro de este paradigma puede ser el del punk. Desde su nacimiento, se canalizó a través de una industria hegemónica que lo hizo internacional y lo ligó a la producción en masa de todo tipo de merchandising. Aún hay gente que se viste y decora como los Sex Pistols —unos de los padres industriales del punk— y corporaciones multinacionales se benefician de la imagen de Sid Vicious. En el mismo campo, vemos camisetas de Los Ramones en presentadores o presentadoras de televisión, combinadas con la última moda o llevadas a veces por gente no sabe quiénes fueron —nula reflexión por parte del público.
Camarón. La voz de los callejones gaditanos. A día de hoy, su iconografía se confunde con la del Che Guevara, y a través de grandes empresas se distribuyen banderas, llaveros, camisetas, parches, pegatinas…
En la industria musical hay innumerables ejemplos de esa paradoja de la que hablaba John Fiske. La música de la cultura popular la maneja una industria que mueve indefinidos millones de euros a nivel internacional, y esta industria sabe que el consumo material forma parte de la idea de identidad desde la época preindustrial.
Si bien la audiencia es activa y puede utilizar esos mensajes para desafiar, los desafiados se benefician de la utilización del contenido en una rueda que refleja a la perfección los mecanismos y valores capitalistas. Queda como un espacio para la crítica y la resistencia, pero siempre dentro de la burbuja del sistema y las menos de las veces tiene una relevancia más allá del círculo habitual.
Néstor García Canclini, en su artículo El consumo sirve para pensar, aseguraba que el mismo concepto consumo debería ser reinterpretado. Al igual que la comunicación —desde la perspectiva de la cultura—, se debe comprender como proceso humano.
Así pues, la cultura popular viene, según Fiske, de la tensión entre subordinados y el sistema social que les desempodera. Sin embargo, dado el contexto sistémico, se ve absorbida por él y los mecanismos comerciales que la hacen producto de consumo. La dependencia, sea directa o sea de manera indirecta y sibilina, hace difícil su emancipación de unos engranajes que escurren su lubricante y se filtra hasta los huesos.

