Entre premios y dudas: Las dos vidas de Adriana Bañares

La poeta y editora viene de ganar su segundo premio Ateneo. Ha sido llamada a recitar en las XII Jornadas Sabina por aquí en Úbeda y prepara un retiro para escritores.

 

Decir Adriana Bañares es decir poesía. Además de su participación en diferentes antologías, ha publicado La soledad del café (Ediciones Emilianenses, 2005), La niña de las naranjas (Ediciones Emilianenses, 2010), La involución cítrica (Origami, 2011), Engaño progresivo (Fundación Jorge Guillén, 2012), Ánima esquiva (Origami / Excodra Editorial, 2013), Ave que no vuela muere (Oblicuas, 2015), Recaya (Editorial Páramo, 2019; VI Premio del Libro Ateneo Riojano), Urbe Capensis (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2022; finalista en poesía por la Asociación de Librerías de Madrid) y Vacaciones (Maclein & Parker, 2024; XI Premio del Libro Ateneo Riojano). Coordina el Poetry Slam Logroño y ha impartido talleres de escritura en la Universidad Popular de Logroño. Además, es editora con Aloha Editorial y profesora de la asignatura El mercado editorial y los nuevos soportes de edición, del Máster de Escritura Creativa de la Universidad de La Rioja.

Tiempo atrás, Adriana era una joven promesa. Y, aunque el bagaje habla por sí solo, me pregunto si las expectativas le hicieron sentir presionada. «Sí, muchísimo. Empecé a publicar muy joven, tendría veintiún años. Me enfrenté a una popularidad muy temprana y a unas críticas muy duras». Quizás fuera suspicacia, pero cuando ganó unas becas del Ayuntamiento de Logroño con unas entradas de su blog (aquellos tiempos de los blogs), hubo quien se le acercó para decirle que lo que ella hacía no era literatura. «Así que tenía la popularidad por un lado y, por otro, una sensación de que tenía que demostrar que no era sólo una chica que se hacía fotos a sí misma y publicaba sus vivencias».

Después, con el tiempo, llegaron las decepciones. «Todo aquello me lo tomé como un comienzo, pero quería escribir y que se me reconociera. Pasé a tener cierta repercusión a nivel nacional. Por ejemplo, un artículo de Rebeca Yanke en El Mundo titulado La generación Luna Miguel. Lo que escribe Luna Miguel va mucho más allá, pero de alguna manera me veía cercana a ella». Sin embargo, eso se fue apagando. «Ese ascenso que parecía que llegaba con varios artículos a nivel nacional, sufrió un bajón». Y, en La Rioja, siente que su labor como profesora podría diluir su proyección social como poeta, «por eso, que se me reconozca con los premios Ateneo es tan importante para mí». Percibe que cuando dejó de ser la joven promesa se le empezó a tener menos en cuenta, si bien «lo que escribo ahora tiene más calidad». Aunque, como perfectamente sabe, tiene que ver con cómo lo ve de manera subjetiva, «porque Urbe Capensis fue finalista a libro del año por parte de las librerías de Madrid», lo cual muestra una proyección más allá de lo regional.

Visto todo esto con perspectiva, me asalta la duda sobre si, más allá de la presión, tenía de verdad que demostrar algo. Curiosamente, y más allá de que toda obra es susceptible de recibir críticas, las que me cuenta percibo que eran todas masculinas y no constructivas, las cuales, sospecho, tenían poco que ver con la poesía o la literatura. Le pregunto si ella misma se cargaba de exigencia. «Sin duda. De hecho, es posible que fuera más autoexigencia que otra cosa». Alude a que «el sector editorial es vertiginoso», porque un día estás arriba y otro abajo. «Pero la exigencia es mía. Quería demostrar que valgo, que quiero que se me reconozca porque soy escritora».

Y, como escritora que es, me revela: «La poesía sirve para responderme preguntas, pero muchas veces para hacérmelas. No puedo decir que escribo para sanar, porque hace falta mucho más, pero sí que ayuda». Esto me lleva a preguntar sobre la evolución de su escritura. «Volvemos a esa exigencia a mí misma. Veo mis primeros libros y esa exigencia no estaba. Había frescura y visceralidad, pero no era tan exigente». Sus alumnos y alumnas se ríen de su actual aversión a la rima, «y esa rima está ahí, en mis inicios». También ha cambiado su manera de tratar lo personal, o las imágenes que se generan al leer sus textos. «Creo que la atmósfera siempre la he tenido. Ese poso surrealista oscuro siempre ha estado. Ya se veía en Ánima esquiva. Pero de ahí a toda la atmósfera que creé, por ejemplo, en Urbe Capensis, creo que ha mejorado. Y es normal. Hay detrás muchas más lecturas y mucha más exigencia al escribir». Pero la esencia, dice, es la misma.

Ahora, Adriana Bañares tiene varios frentes abiertos y una agenda apretada en septiembre. Quizás, los más relevantes sean las XII Jornadas Sabina por aquí, en Úbeda, donde el 10 de septiembre actuará con el dúo Adriana y Sr. Alien; y el retiro de escritura 4 dimensiones del verso, organizado junto a Nares Montero con Ediciones Deliciosas, y que se dará del 26 al 28 de septiembre en Riaza. Pero también tiene un proyecto de fotografía con Polaroid, que «toma como referencia a esas mujeres de la mitología que no se pueden girar porque se convierten en estatua de sal», y en otoño sale publicado Riesgo eléctrico (Páramo), ambas cosas relacionadas entre sí.

En la transición entre sus dos vidas, no ha dejado de trabajar en el mundo de la cultura. En la actualidad, con la duda filosófica de qué es el éxito, continúa su camino.

 

Sergio Marín Ochoa